Mi hermano ha sido siempre un chico muy querido, con una extensa familia que ríe mucho con él. Un tímido que protege su vulnerable corazón con humor sencillo como el de mi padre. A mi hermano no le hacía falta hablar de grandes temas, nunca fingía saber, y no le importaba preguntar sobre aquello que desconocía.
El desconocimiento más importante que tuvo en su vida fue el de no ser consciente de su belleza interior, que llegaba a su máximo apogeo cuando nos regalaba esas sonrisas que ya entonces eran del cielo aunque él estuviera en la tierra.
Mi madre se lo dice constantemente, sobre todo cuando quiere fotografiarle: «Ay, mi Samu! Qué sonrisa le ha dado Dios.» Y eso que ella no es muy de vírgenes y dioses, pero en su sonrisa ve lo necesario para entender de lo humano y lo divino.
Ése fue el mayor pecado que cometió mi hermano, no saber lo poderosa y necesaria que era su sonrisa, su alegría pícara, sus ojos negros de indefenso cachorro. Nunca creyó que era un león crecido y majestuoso. Pero algunos sí podían verlo, y no lo llevaban nada bien, así que durante años trabajaron la manera de despreciar su esencia, tratándolo como un león esclavo de circo en lugar de el maravilloso ejemplar libre que era. No era una criatura perfecta, lleno de defectos como todos, pero no soportaba los enfrentamientos, la agresividad, el insulto gratuito, el acoso en los trabajos y en las rutinas supuestamente afables.
No pudo ponerle a esto fin a tiempo y se hizo pequeñito como una chapina, su autoestima fue lesionada en lo más profundo y fue en busca de sal marina a curarse las heridas.
Era temprano, hacía mucho frío, su movimiento era inseguro, sus cálculos equivocados, su paso torpe... Nadie llegó a tiempo para salvar del accidente a un indefenso cachorro, que ya, jamás, dejará su prudente huella en las playas y arenales de nuestra felicidad.
Espero verte y contarte tu cuento, ponte a salvo, Leoncito.
El desconocimiento más importante que tuvo en su vida fue el de no ser consciente de su belleza interior, que llegaba a su máximo apogeo cuando nos regalaba esas sonrisas que ya entonces eran del cielo aunque él estuviera en la tierra.
Mi madre se lo dice constantemente, sobre todo cuando quiere fotografiarle: «Ay, mi Samu! Qué sonrisa le ha dado Dios.» Y eso que ella no es muy de vírgenes y dioses, pero en su sonrisa ve lo necesario para entender de lo humano y lo divino.
Ése fue el mayor pecado que cometió mi hermano, no saber lo poderosa y necesaria que era su sonrisa, su alegría pícara, sus ojos negros de indefenso cachorro. Nunca creyó que era un león crecido y majestuoso. Pero algunos sí podían verlo, y no lo llevaban nada bien, así que durante años trabajaron la manera de despreciar su esencia, tratándolo como un león esclavo de circo en lugar de el maravilloso ejemplar libre que era. No era una criatura perfecta, lleno de defectos como todos, pero no soportaba los enfrentamientos, la agresividad, el insulto gratuito, el acoso en los trabajos y en las rutinas supuestamente afables.
No pudo ponerle a esto fin a tiempo y se hizo pequeñito como una chapina, su autoestima fue lesionada en lo más profundo y fue en busca de sal marina a curarse las heridas.
Era temprano, hacía mucho frío, su movimiento era inseguro, sus cálculos equivocados, su paso torpe... Nadie llegó a tiempo para salvar del accidente a un indefenso cachorro, que ya, jamás, dejará su prudente huella en las playas y arenales de nuestra felicidad.
Espero verte y contarte tu cuento, ponte a salvo, Leoncito.
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