Todos quienes han pasado o están pasando por un gran duelo coinciden en que no existe un tiempo límite para congelar las lágrimas. Y que cuanta más presión han recibido más difícil ha sido. La presión se ejerce casi amablemente, por preocupación, sí, y por propio egoísmo, por no tener la paciencia de ser testigo del proceso del doliente, por no responder a las verdaderas necesidades de otro: AMOR. El más puro y duro que cada persona pueda aportar.
Pues nuestro corazón ha quedado secuestrado por una mente productora de miedos a una velocidad que sólo los abrazos y las miradas mágicas irán frenando.
No paran de repetirnos que no es el tiempo el que cura, sino lo que nosotros y nuestra voluntad hagan con ese tiempo, pero ¿No es más importante aún el tipo de respuesta del entorno en ese tiempo? ¿No será esa influencia la q más peso tendrá al crearnos una imagen del soporte y las herramientas de la nueva vida que nos espera? Porque insisto, nuestro corazón se convierte en un desconocido, y alguien deberá presentárnoslo.
Que más quisiéramos trascender lo incomprensible, pero sólo puede ocurrir pasito a pasito y de la mano de los dispuestos.
Por ejemplo, ayer unas cuantas horas en la piscina de mis tíos con mi mejor amiga. Hablábamos entre nosotras, pero también nos escuchaban las altas palmeras, el sol aireado por la brisa de la huerta, y algunos insectos atraídos por la densidad de nuestra tristeza. El aire libre y el zumbido de sus avispas sosegadas inyectan luz en la pena.
Mi cuñada y yo hablábamos de cómo salir adelante, y con esa transformación que tanto necesitamos pasaríamos de cuñadas a hermanas. Samuel nos ha conectado de distinta forma.
Paso a paso, hoy hago la comida en lugar de mamá, me encargo como siempre de atender a los animales, pero hoy además encuentro un poco de fuerza para acicalarlos, cortarles las uñitas, limpiarles los oídos. Tareas con las que antes disfrutaba y que ahora pesan como tres universos salvajes, pues el miedo a seguir perdiendo seres queridos es devastador, y ellos tres pertenecen a esa familia que hay que mantener coleando.
Pasito a pasito intento hacer cosas que saquen de mí algo de amor para ahuyentar el miedo, pero es un esfuerzo titánico sacar calor del gélido agarrotamiento.
Pero todos los días consigo regalar una muestra afectiva a alguien aunque mi primer impulso sea desconfiar de todo el mundo y, sobre todo, desconfiar de la poca fe que este mundo ha puesto en mí y en mi hermano.
Juntos éramos un buen equipo, un binomio que tendía a sumar, a ayudar al prójimo en lugar de trampear caminos.
Por lo injusto que me parece que alguien tan joven y noble se marche, la ira y el miedo me marean los afectos. Y es ahora cuando más recuerdo el grandioso libro «Un camino sin huellas» del gran psiquiatra Scott Peck, incansable en recordarnos su teoría: cuando más nos cueste amar, cuando más esfuerzos estemos haciendo por darle la mano al otro, cuando más difícil sea querer, cuando más nos cueste abrir un corazón magullado, es justo cuando estamos dando el amor más puro y necesario.
Pues amar cuando todo es cálido no tiene ningún mérito, amar cuando estamos enamorados, amar lo a priori entrañable, amar por sentirnos protegidos o admirados es la cosa más fácil y mecánica del mundo. Amar de verdad requiere el sacrificio de luchar contra el rechazo de sentir.
En ello estamos, en amarme sin ganas, luchando contra el rechazo hacia misma. En intentar amar al otro, luchando por no rechazar a los demás.
Dice Peck que sólo eso es amor puro, la voluntad de amar cuando no hay ni putas ganas.
Me hubiera gustado mucho que te hubiera dado tiempo a leer este interesante libro, hermano.
Pues nuestro corazón ha quedado secuestrado por una mente productora de miedos a una velocidad que sólo los abrazos y las miradas mágicas irán frenando.
No paran de repetirnos que no es el tiempo el que cura, sino lo que nosotros y nuestra voluntad hagan con ese tiempo, pero ¿No es más importante aún el tipo de respuesta del entorno en ese tiempo? ¿No será esa influencia la q más peso tendrá al crearnos una imagen del soporte y las herramientas de la nueva vida que nos espera? Porque insisto, nuestro corazón se convierte en un desconocido, y alguien deberá presentárnoslo.
Que más quisiéramos trascender lo incomprensible, pero sólo puede ocurrir pasito a pasito y de la mano de los dispuestos.
Por ejemplo, ayer unas cuantas horas en la piscina de mis tíos con mi mejor amiga. Hablábamos entre nosotras, pero también nos escuchaban las altas palmeras, el sol aireado por la brisa de la huerta, y algunos insectos atraídos por la densidad de nuestra tristeza. El aire libre y el zumbido de sus avispas sosegadas inyectan luz en la pena.
Mi cuñada y yo hablábamos de cómo salir adelante, y con esa transformación que tanto necesitamos pasaríamos de cuñadas a hermanas. Samuel nos ha conectado de distinta forma.
Paso a paso, hoy hago la comida en lugar de mamá, me encargo como siempre de atender a los animales, pero hoy además encuentro un poco de fuerza para acicalarlos, cortarles las uñitas, limpiarles los oídos. Tareas con las que antes disfrutaba y que ahora pesan como tres universos salvajes, pues el miedo a seguir perdiendo seres queridos es devastador, y ellos tres pertenecen a esa familia que hay que mantener coleando.
Pasito a pasito intento hacer cosas que saquen de mí algo de amor para ahuyentar el miedo, pero es un esfuerzo titánico sacar calor del gélido agarrotamiento.
Pero todos los días consigo regalar una muestra afectiva a alguien aunque mi primer impulso sea desconfiar de todo el mundo y, sobre todo, desconfiar de la poca fe que este mundo ha puesto en mí y en mi hermano.
Juntos éramos un buen equipo, un binomio que tendía a sumar, a ayudar al prójimo en lugar de trampear caminos.
Por lo injusto que me parece que alguien tan joven y noble se marche, la ira y el miedo me marean los afectos. Y es ahora cuando más recuerdo el grandioso libro «Un camino sin huellas» del gran psiquiatra Scott Peck, incansable en recordarnos su teoría: cuando más nos cueste amar, cuando más esfuerzos estemos haciendo por darle la mano al otro, cuando más difícil sea querer, cuando más nos cueste abrir un corazón magullado, es justo cuando estamos dando el amor más puro y necesario.
Pues amar cuando todo es cálido no tiene ningún mérito, amar cuando estamos enamorados, amar lo a priori entrañable, amar por sentirnos protegidos o admirados es la cosa más fácil y mecánica del mundo. Amar de verdad requiere el sacrificio de luchar contra el rechazo de sentir.
En ello estamos, en amarme sin ganas, luchando contra el rechazo hacia misma. En intentar amar al otro, luchando por no rechazar a los demás.
Dice Peck que sólo eso es amor puro, la voluntad de amar cuando no hay ni putas ganas.
Me hubiera gustado mucho que te hubiera dado tiempo a leer este interesante libro, hermano.
Comentarios
Publicar un comentario