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Protector desprotegido

A todo el mundo que ha pasado por un gran duelo le pregunto que a partir de qué mes deja el dolor de matarte para darte un respiro de alianza, me dicen que el primer año es sobrevivir a esto cada uno de los días.
Lo intento, intento ver luz y belleza para resistir otras 24 horas de oscuridad, pero tu ausencia se me hace más impensable cada mañana.
Mato el tiempo llorando, me he propuesto que mamá no lo vea tanto, es el cambio máximo al que puedo aspirar.

Mamá te ama tanto o más que yo, pero he descubierto que en momentos muy puntuales disfruta la vida más de lo que puedo hacerlo.
Creía ciertamente que yo amaba la vida, que tenía una maravillosa capacidad para disfrutar de lo más nimio, ¿Cómo es posible que nada me inspire amor? Sólo miedo, desconfianza, como si hubiera una trampa mortal a la vuelta de cada esquina.
Y en cada esquina que doblo creo que vas a aparecer y que ya, jamás, sentiré la punzante trampa en el pecho cada despertar.
Eres mi hermanico, mi mejor amigo, mi cómplice desde la infancia, el pequeño de la casa que a veces tuve que proteger como a un hijo. Eres muchas cosas con las que las palabras se cansan, sobre todo si hubiera que enumerar los miles de términos que inventamos para crear nuestro propio idioma, nuestra tierna y divertida forma de comunicarnos. Mamá aprendió muchas palabras a base de poner la antena, ella debe creer que todo ese mundo nuestro sigue vivo en mí. Yo la amo por la fe que tiene puesta en mi existencia, no sabía que me quisiera tanto. ¿Estás viendo con qué amor trata a nuestros animales?

A mí me falta todo el amor. Por mí misma, lo primero. Sobrevivo para rellenar los cazuelos de pienso y agua, para darle un abrazo de buenos días a tu gordi, para hacer unos ejercicios de estiramientos y respiración, leo y escribo un poco, saco a los perris, limpio algo, salgo menos de lo justo, el resto del tiempo es llorarte y llamarte. Preguntarte si estás bien, si te hace daño verme sufrir y si me puedes transmitir alguna pista de cómo transcender el infierno, invoco a ángeles y arcángeles, confío mi poca serenidad de orfidal a dioses y mantras...
Se hacen cargo de mí un ratito, lo justo para no volverme loca, pero pronto vuelvo a ver tan de cerca tu cara, tu gesto concentrado, tus peculiaridades, el descanso de tu cuerpo acoplándote en el sofá con Cuco, Maddy y Parri. Tu suspiro de felicidad al quedarte dormido con ellos, la paz de tu cara cuando al despertarte lo primero que veías pegado a ti eran sus ojitos, miradas con la que os contagiabais misterios oníricos.
Me es muy difícil seguir viviendo no sólo por un futuro compartido negado de forma absurda y abrupta. Sino porque se te dio a conocer lo mejor de la vida, como tú decías, tus hijos, para dejarte sin ellos en tan poco tiempo. Hermano, tú que diste por hecho que los sobrevivirías y que superarías ese gran dolor yendo a la perrera a salvarle la vida a otros.
Tal me siento, abandonada en una perrera, aullando sin entender por qué la persona que más me quería me ha abandonado, en una estancia tiempo y espacio que desconozco. Yo ya conocía de primera mano la desesperación de los animales enjaulados, y viví la experiencia de liberarlos, pero ahora soy uno de ellos.
Siento una rabia tan intrínseca que parece que voy a parirla en cualquier momento... Escribir me ayuda a que no crezca sólo hacia dentro.
Sé que tengo que lograr q el amor crezca en mí hasta abortar al embarazo rabioso. No puedo prometerte nada, he aguantado otro día más para ver si es posible que sigas viviendo en mí.

Echo de menos compartir una pizza en las Taskas mientras echamos trocitos a los pájaros que se acercan. Echo de menos irnos de concierto y conocer gente juntos a la que no veremos más pero que recordaremos al tropezarnos con alguien que se le parece, reírnos de los parecidos, imitar voces...
Lo cierto es que al escribir siento que de mis respiraciones, al menos una te llega a ti. Ojalá sea motivación suficiente para no quedar paralizada y temblando en un rincón de la jaula. Como alguna vez vimos más de un traumatizado en la protectora donde aquel año ayudamos.

Qué injusto que la vida no te acariciara en el último momento, que no te devolviera una de las mil caricias que diste, qué desagradecida que no te rescatara y te enganchara con un arnés, que la vida no mirara tu dni a modo de microchip para devolverte a casa...
dándote esa segunda oportunidad que tú le diste a más de uno, a más de dos y más de tres.

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