Hace justo dos años, en marzo del 18, no sólo se me paró el mundo, sino todo el universo. Mientras que ahora se mira al cielo y se puede meditar a través de su belleza y quietud, yo no entendía por qué ahí arriba circulaban los inalcanzables elementos, qué puto permiso tenían para seguir en órbita.
Había perdido, en tres meses, a las dos personas que más amaba. Y describir lo que me ocurría jamás me alcanzaba a hacer siquiera un esbozo del infierno.
Algo que se acerca pudiera ser... Sentir como cada mañana te impones ponerte de pie frente a la cama para que, de inmediato, una sierra penetre desde la cabeza hacia los pies dividiéndome por la mitad con una simetría espeluznantemente exacta.
Durante 20 meses creí que la sierra jamás me dejaría, pero gracias a trabajar el duelo sin descanso, una vez que ya me había fileteado tanto que ya no había por dónde cogerme, cuando ya estaba en modo picadillo, se fue sin aviso, con la misma despectiva indiferencia con la que llegó.
AHORA SOLO QUEDABA EL TRABAJO IMPOSIBLE DE RECONSTRUIRME: terapias, talleres, escritura, lectura, grupos de apoyo en duelo y NO QUEDARME NI UN SOLO DÍA EN CASA.
Así lo cumplí desde el primer amanecer tras transcender mi padre y mi hermano pequeño. NI UN SOLO DÍA EN CASA.
Salía llorando oculta tras las gafas y llevada por mis perros a los que no quería torturar con un encierro, bastante estaban sufriendo sin el olor y las caricias de Kike y Samuel, sin los irracionales tener siquiera una explicación para el autoengaño.
Llorar mientras realizaba mis obligaciones se convirtió en estado natural. Es tan profunda la destrucción de la entraña más inaccesible que tus reacciones exteriores, por extremas que sean, pierden toda la importancia que pierde aquello que se torna cotidiano.
Llorar a gritos, como el que defeca a diario en medio de un cerro porque ha perdido su morada, o nunca la tuvo.
Y resistir tanto tiempo al desahucio de la intimidad más valiosa que acabas dudando,¿existió alguna vez mi morada o la inventé?
Salir a diario y ver la felicidad de mis animales bajo el sol de la huerta murcianica y luego derrapando en la arena del Cabo, disolvió junto a la mar mi ideal de tirar la toalla y quitarme de en medio.
Han sido dos años de un esfuerzo tan vejatorio que solo es soportable si uno sale de sí mismo, "despersonalizar" la tragedia, y concentrar la atención en la capacidad colectiva, en la capacidad que tiene la mente y el cuerpo para la resistencia y regeneración.
Pienso ahora en las personas en las que su duelo severo les esté coincidiendo con el Estado de Alarma.
Algunos podemos seguir haciendo el duelo encerrados, pero pienso en aquellos que estén en ese primer año en el que tomar unos rayos de sol o respirar bajo un árbol puede significar mantenerte con vida. Sin duda habrá dolientes que interpretarán este estado del mundo como una proyección universal de su Parálisis Permanente: la normalidad debe atrofiarse si falta lo que más amamos (especialmente si transciende joven), lo justo es que la tierra tiemble también bajo los pies de los demás.
Es una forma de alivio temporal que confundirá aún más al doliente, una desconexión aún mayor de la realidad, pues a la interpretación del estado del mundo se suma no poder salir al mundo real a trabajar el duelo. Sí, enfrentarse a un duelo severo es salir a trabajar, uno de los trabajos más esclavos que existen.
Pienso en ellos estos días, en lo que es ser golpeados contra un muro tan despiadado que se vuelve invisible cuando los demás miran de refilón, en lo que es añadir un confinamiento impuesto al confinamiento del alma, en que te aprisionen la poca voluntad que te queda para sanarte.
Las normas que hemos de seguir son incuestionables, pero no olvidemos practicar la flexibilidad empática, no aprovechemos para señalar y juzgar de forma paranoica cualquier movimiento. Mucho energúmeno saldrá a la calle "por sus cojones", porque de todo hay en cualquier situación, más en una situación acojonante.
Que estos indeseables no nos vuelvan nazis, no nos hagan olvidar que las personas traumadas por tragedias recientes, enfermedades, relaciones disfuncionales; es decir, dramas recientes o mantenidos en el tiempo, pueden necesitar acercarse al mundo unos minutos para seguir con vida.
Entre muchas lecciones estamos experimentando el horror de la distancia física y la soledad no elegida, la ansiedad de no abrazar a nuestros cómplices, de no poder dar ni siquiera una cariñosa colleja a los colegas, y aunque sea temporal, por momentos esto nos cosifica si no practicamos otras formas de querernos, como es precisamente no juzgar sin saber antecedentes.
#YoMequedoEnCasa para dejar espacio físico y emocional para quien más lo necesite.
Ahora que no puedes besar a los tuyos por un tiempo, puedes entender lo abominable del duelo, lo que es perder definitivamente el beso de quien más amas, la ausencia del abrazo más hermoso del mundo, sin cuarentena esperanzadora cargada de reinvención, sino cuando la ausencia se impone sin salvar a nadie, en un absurdo para siempre.
RAQUEL BERMÚDEZ GONZÁLEZ
FOTO REALIZADA POR MI HERMANO SAMUEL
Había perdido, en tres meses, a las dos personas que más amaba. Y describir lo que me ocurría jamás me alcanzaba a hacer siquiera un esbozo del infierno.
Algo que se acerca pudiera ser... Sentir como cada mañana te impones ponerte de pie frente a la cama para que, de inmediato, una sierra penetre desde la cabeza hacia los pies dividiéndome por la mitad con una simetría espeluznantemente exacta.
Durante 20 meses creí que la sierra jamás me dejaría, pero gracias a trabajar el duelo sin descanso, una vez que ya me había fileteado tanto que ya no había por dónde cogerme, cuando ya estaba en modo picadillo, se fue sin aviso, con la misma despectiva indiferencia con la que llegó.
AHORA SOLO QUEDABA EL TRABAJO IMPOSIBLE DE RECONSTRUIRME: terapias, talleres, escritura, lectura, grupos de apoyo en duelo y NO QUEDARME NI UN SOLO DÍA EN CASA.
Así lo cumplí desde el primer amanecer tras transcender mi padre y mi hermano pequeño. NI UN SOLO DÍA EN CASA.
Salía llorando oculta tras las gafas y llevada por mis perros a los que no quería torturar con un encierro, bastante estaban sufriendo sin el olor y las caricias de Kike y Samuel, sin los irracionales tener siquiera una explicación para el autoengaño.
Llorar mientras realizaba mis obligaciones se convirtió en estado natural. Es tan profunda la destrucción de la entraña más inaccesible que tus reacciones exteriores, por extremas que sean, pierden toda la importancia que pierde aquello que se torna cotidiano.
Llorar a gritos, como el que defeca a diario en medio de un cerro porque ha perdido su morada, o nunca la tuvo.
Y resistir tanto tiempo al desahucio de la intimidad más valiosa que acabas dudando,¿existió alguna vez mi morada o la inventé?
Salir a diario y ver la felicidad de mis animales bajo el sol de la huerta murcianica y luego derrapando en la arena del Cabo, disolvió junto a la mar mi ideal de tirar la toalla y quitarme de en medio.
Han sido dos años de un esfuerzo tan vejatorio que solo es soportable si uno sale de sí mismo, "despersonalizar" la tragedia, y concentrar la atención en la capacidad colectiva, en la capacidad que tiene la mente y el cuerpo para la resistencia y regeneración.
Pienso ahora en las personas en las que su duelo severo les esté coincidiendo con el Estado de Alarma.
Algunos podemos seguir haciendo el duelo encerrados, pero pienso en aquellos que estén en ese primer año en el que tomar unos rayos de sol o respirar bajo un árbol puede significar mantenerte con vida. Sin duda habrá dolientes que interpretarán este estado del mundo como una proyección universal de su Parálisis Permanente: la normalidad debe atrofiarse si falta lo que más amamos (especialmente si transciende joven), lo justo es que la tierra tiemble también bajo los pies de los demás.
Es una forma de alivio temporal que confundirá aún más al doliente, una desconexión aún mayor de la realidad, pues a la interpretación del estado del mundo se suma no poder salir al mundo real a trabajar el duelo. Sí, enfrentarse a un duelo severo es salir a trabajar, uno de los trabajos más esclavos que existen.
Pienso en ellos estos días, en lo que es ser golpeados contra un muro tan despiadado que se vuelve invisible cuando los demás miran de refilón, en lo que es añadir un confinamiento impuesto al confinamiento del alma, en que te aprisionen la poca voluntad que te queda para sanarte.
Las normas que hemos de seguir son incuestionables, pero no olvidemos practicar la flexibilidad empática, no aprovechemos para señalar y juzgar de forma paranoica cualquier movimiento. Mucho energúmeno saldrá a la calle "por sus cojones", porque de todo hay en cualquier situación, más en una situación acojonante.
Que estos indeseables no nos vuelvan nazis, no nos hagan olvidar que las personas traumadas por tragedias recientes, enfermedades, relaciones disfuncionales; es decir, dramas recientes o mantenidos en el tiempo, pueden necesitar acercarse al mundo unos minutos para seguir con vida.
Entre muchas lecciones estamos experimentando el horror de la distancia física y la soledad no elegida, la ansiedad de no abrazar a nuestros cómplices, de no poder dar ni siquiera una cariñosa colleja a los colegas, y aunque sea temporal, por momentos esto nos cosifica si no practicamos otras formas de querernos, como es precisamente no juzgar sin saber antecedentes.
#YoMequedoEnCasa para dejar espacio físico y emocional para quien más lo necesite.
Ahora que no puedes besar a los tuyos por un tiempo, puedes entender lo abominable del duelo, lo que es perder definitivamente el beso de quien más amas, la ausencia del abrazo más hermoso del mundo, sin cuarentena esperanzadora cargada de reinvención, sino cuando la ausencia se impone sin salvar a nadie, en un absurdo para siempre.
RAQUEL BERMÚDEZ GONZÁLEZ
FOTO REALIZADA POR MI HERMANO SAMUEL
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