Una vez érase (y siempre) ese niño nacido de unas entrañas marinas. Su rostro reflejaba la secreta sabiduría de los que no son suficientemente escuchados. Su cuerpo tropezaba con piedras que él era capaz de escuchar, por ello no le importaba seguir topando. Pocos sabían cómo había logrado llegar a Cabo Duna, una minoría estaba convencida de que las mismísimas sirenas que lo trajeron al mundo le acercaron también a tierra firme. Esa minoría que no logró demostrar nada crearon sin embargo toda una leyenda que convirtió al pequeño en el misterio más protegido y querido del refugio. Lúe seguía cada día comunicándose con gatos, liebres, escarabajos y ardillas entre muchas otras divinas creaciones. De noche se quedaba dormido bañando sus pies en la orilla y soñando con el abrazo de sus queridas sirenas. Como cualquier otra criatura no sabía cómo fue traído al mundo, pero recordaba haber emergido de unas profundidades forradas de escamas y largas cabelleras que enrollaban su minúscu
Tendemos a creer que el alma gemela debe ser una pareja, pero el alma es precisamente la que menos entiende de convencionalismos. Claro que puede ser tu pareja, pero también una hermana, tu padre, un hijo, un amigo o un animal no humano. La mayor de las suertes es tener más de una, cuantas más tengas más feliz serás. En mi caso se trata de mi amadísimo hermano Samuel, que no veo ni abrazo de forma material desde marzo de 2018.